El amor: el primero en existir
6 feb 2022
El mundo se nos presenta durante todo nuestro existir, lleno de fuerzas -negativas, positivas, creativas o malévolas mas siempre vitales-, de entre las cuales la más fuerte de todas ellas, será siempre el amor; el cuál nos nace en forma inherente, tan natural a nuestra condición humana que ni siquiera lo cuestionamos y nos abrazamos a el aceptando su sentir, como algo familiar, algo ya nuestro, ya necesario y conocido, palpitante en nosotros aún antes de su existir….
En la Filosofía Clásica, el amor es considerado como el más fuerte motivante, el primero en existir, naciendo todo de él: de es verbo divino, generador del movimiento que es la palabra misma de la creación, el “hágase”, del cual tanto los mundos, animales, vegetación y hombres fueron creados por igual al mismo momento. Se nos dice que Dios en su actuar de siete días creó la gama diversa de todo lo existente, culminando con la creación del hombre a su imagen y semejanza, descansando al séptimo día. Y así, encontramos que tanto en la mitología como en el sentir del amor mismo, no hay nada escrito. Como diría el gran poeta y filósofo asturiano Ramón de Campoamor (1817-1901), “En este mudo cruel, nada es verdad, nada es mentira…. todo es según el color del cristal con que se mira” – nada es certero, nada es verdad única, ni mentira culminante, no hay camino marcado-, y en su origen mitológico, el motivante del amor nos resulta confuso. Se dice que surgió tras el caos a la par de Gea y Tártaro, quien es hijo de la noche y el éter (el amor más puro de la atmósfera), naciendo en otra versión del huevo original, que al romperse formó cielos y tierra, hijo de Poros (La abundancia) y Penia (La pobreza).
Cada versión, con su pizca de verdad, funciona como pieza de un rompecabezas que nos devela la profunda complejidad del amor en sus infinitas dimensiones: fuerza vital e inquieto impulso creador que se extiende, lo mismo a través del más absoluto caos, creador de los dolores del alma más profundos, mismo que en su desconsuelo nos puede llevar inclusive a la más bella calma, luz primigenia con la cuál da cohersión interna hasta el Cosmos mismo, sentimiento que nos une a todos en un mismo ser.
La tradición más conocida es aquella en la cuál tenemos al Amor representado por Cupido -dios de ese profundo deseo de amar y ser amado, obsesión que nos ennoblece o nos destruye- es hijo de Venus (diosa de la belleza y la gracia) y de Marte (dios del comercio y de la guerra). Al igual que Venus, nació en Chipre y pasó sus primer años escondido en el bosque al resguardo de la ira del resto de los dioses, en especial de Júpiter, quien consciente del mal que podría llegar a causar en el mundo, como a los dioses mismos, por ello quería darle muerte. Cupido sería el encargado de transmitir la fuerza del amor a los mortales; para cumplir con tan delicada empresa, Venus le regaló dos tipos de flechas: unas con plumas de paloma y punta de oro que provocaban, motivantes un intenso deseo amoroso, y otras de plumas de búho con plomo, que causaban la indiferencia y el olvido. Sabiendo Cupido, travieso y voluntarioso como era, consciente que ni siquiera los dioses eran inmunes al poder de sus flechas, no dudó en causar más de un problema entre los dioses como entre los mortales.
«Yo soy el dios poderoso
en el aire y en la tierra
y en el ancho mar undoso
y en cuanto el abismo encierra
en su báratro espantoso.
Nunca conocí qué es miedo;
todo cuanto quiero puedo,
aunque quiera lo imposible,
y en todo lo que es posible
mando, quito, pongo y vedo.»
Miguel de Cervantes,
Cupido, Don Quijote de la Mancha
A Cupido se le representa generalmente como un niño bello, alado y desnudo, cargado siempre con arco y carcaj lleno de flechas, con ojos vendados… porque, como ya sabemos todos, que en el goce y el dolor, el amor es ciego.
Rodrigo Rivero Lake